El anfitrión puso dos vueltas de llave a la puerta y dio por
concluida su tarea.
La visita no se extendió demasiado, a eso de las doce ya no
quedaba nadie en la casa, él solo de espaldas a la sala, con las llaves en la
mano.
Se dijo que los platos y cubiertos los lavaría al día siguiente, y
fue apagando las luces de las habitaciones, una por una, a medida que se
alejaba de la puerta.
Apagó la luz del frente, luego la del salón, la de la cocina, la
del patio y del cuarto de lavado, siguió con la de los pasillos y la de los dos
dormitorios.
El suyo estaba en un orden particular, una lógica difícil de
descifrar para un extraño.
El otro dormitorio, pertenecía a sus objetos y cosas del pasado, nunca
entraba, pero cada día entreabría la puerta, estiraba el brazo y prendía las
luces por si acaso.
Una a una, toda la casa a oscura, salvo la luz del baño.
Entró, se desvistió y puso toda su ropa sobre el inodoro. Parecía
que iba a usar la misma ropa al día siguiente, en realidad, daba la sensación que
no hubiese otra ropa en la casa que la que usaría al día siguiente.
El baño fue de lo más normal, jabón, champú, crema de enjuague,
agua tibia tirando a caliente.
Cerró la canilla.
El anfitrión escuchaba todas las mañana el mismo programa de radio,
en el cual, con preguntas sencillas, intentaban amenizar la mañana de sus
oyentes.
Las preguntas eran del tipo: “¿Qué harías por amor?” “¿Porque la gente te crítica?” “¿Qué haces metódicamente y de manera obsesiva?” y cosas así. Entre los llamados se sorteaban después, descuentos en productos para el hogar, entradas para el cine, etc.
Las preguntas eran del tipo: “¿Qué harías por amor?” “¿Porque la gente te crítica?” “¿Qué haces metódicamente y de manera obsesiva?” y cosas así. Entre los llamados se sorteaban después, descuentos en productos para el hogar, entradas para el cine, etc.
El anfitrión nunca había llamado a la radio, tenía vergüenza,
pensaba que sus respuestas serían ridículas, y que a nadie le importaría.
Cerró la canilla, y se agachó, puso sus manos sobre sus rodillas y
comenzó a sacudir su cabeza escuchando como las gotitas del pelo golpeaban
contra la cortina de la ducha, luego agarró la toalla y se secó el cuello,
siguió por el pecho, la espalda. Luego sacó un pie de la bañera y en el aire se
lo secó, lo apoyó en el piso, e hizo lo mismo con el otro pie.
Terminó secándose la entrepierna.
Ya desnudo y seco, abrió la ventanilla del baño para que pudiera
salir el vapor y se colara la claridad de la noche.
Por último recogió la ropa, apagó la luz y se quedó parado, de
espaldas a la puerta, esperando el timbre que sonaría en la mañana siguiente.
*texto escrito para Esto de Ana Won en Un Club. Tucumán. Agosto 2016