En un mundo que se nos presenta lleno de opciones, contrariamente, se sucede la monotonía cotidiana, el ir y venir de un punto al otro, de geografías e itinerarios estables, trayectos y movimientos domesticados. Cada día cuantificado, geolocalizado, zombificado. La artista va en búsqueda de aquello que todavía escapa a ese control: las hojas que caen de los árboles, los retazos de tela que el viento amontona. Son siluetas de pájaros, de cáscaras de mandarina, de ramitas. Puede ser que esté inventando, son pequeñas y sutiles, lo que no permite una iconografía exacta. Desconocemos el color inicial tanto de las hojas como de las telas, no hay rastros previos de si eran nuevas o viejas. Lo mismo con las hojas, ¿son evidentemente desecho? ¿no habrán sido cortadas para la ocasión? ¿En qué momento se establece el pacto de confianza entre autor y público?
María Elena Machuca crea un juego surreal impregnándolas con cenizas de una quema de basura. No es la ceniza gris de la madera al quemarse, sino la que en el aire desprende sustancias tóxicas y metales pesados. La ceniza negra de los cables que se pelan para extraerles el cobre, o la ceniza negra de cubiertas quemadas en el medio de la calle.Ceniza que podría ir al agua, o a la comida, o seguir en el aire, ahora se detiene. María Elena la amucha y la machaca en un mortero, la matiza, suaviza, acaricia. Le otorga homogeneidad y consistencia. Lo que es desecho se volvió materia prima. Encola las hojas y retazos de tela, espolvorea y sacude. Impregna, seca, monta e ilumina. Algo a la vista super simple. La artista, en sus palabras, interfirió en el devenir natural de esas materialidades.
Este proceso, de acciones tras acciones, se enmarca no casualmente en Una visita extraordinaria, curaduría de Raquel Minetti, donde desde su Programa doméstico (ciclo de encuentros de pensamiento y producción de obra) pone énfasis en el hacer. Su texto curatorial está poblado de verbos: ejercitar, explorar, demorar, descubrir, grabar, recuperar, raspar, crear, inventar, buscar, y la lista sigue.
Una vez secas las formas, que fraguaron, con el negro concentrado, se presentan en la pared reunidas coreograficamente. como si siguieran una musicalidad del viento, como un silbido, o susurro. Entra en escena aquí la contraforma, un espacio negativo abierto, que cuela el blanco entre las siluetas negras. Hago con el dedo y con la nariz un recorrido. Me dejo llevar por el recorrido que se forma en los vacíos. Muevo el cuello y los ojos. Las formas no se rozan entre sí, mantienen siempre una distancia, a veces mínima, a veces mayor, siempre vacilante.