Cuando nosotros sigamos el mandato paterno, en caso de que
eso exista, y nos casemos y tengamos hijos, o no nos casemos pero igual tengamos
hijos haciendo los tramites de convivientes para obtener así la cobertura social, y nuestros hijos tengan los suyos, y si todavía no rompimos lazos y nos
sigan teniendo en cuenta en su memoria y en las horas previas al sueño, cuando pase el tiempo y ya estemos
muertos, no encontraran de nosotros, ni un solo álbum de foto escondido al
fondo de un cajón de un hermoso mueble barnizado con manijas de cobre, ni encontraran cartas que le
enviara su abuelo a su abuela entre las hojas de un libro impreso, mucho menos dinero viejo en los bolsillos cargo de bermudas verdes, ni
boletos, ni recortes de diario de avisos clasificados, carteleras o las paginas de las veces que el abuelo salía en el diario por algún malentendido sobre la ciudad en la
que vivió toda su vida.
Para saber que fue de sus abuelos, y de los amigos de
su abuelo deberá revolver en viejas redes sociales, leer entre líneas lo que ahí
sucedía, captar el espíritu de su tiempo y lo que quería y movilizaba a su abuelo, revisar sus archivos, su
bandeja de entrada, los chats colectivos. Probablemente a nuestros nietos lo único
que le quede en el reparto será tecnología que mucho antes de que nacieran ya
era obsoleta, muebles de placa armados por el abuelo comprados en supermercados
y fotocopias abrochadas como forma de arte que se practicaba en el pasado.
No tendrán ningún bombero del cual enamorarse, no tendrán motivo
para llamarlos por teléfono con prisa, porque muy probablemente no hereden nada
que físicamente pueda incendiarse
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