Vos
ibas en motocicleta, y sabías que no se podía llevar niños en motocicleta, por
eso no tuviste niños, pero sí llevaste al niño que todos llevamos dentro en la
motocicleta y a ese niño que llevas dentro le gustaba la velocidad y vos, sabiendo
que ese niño en ese momento se encontraba durmiendo, decidiste despertarlo y recodarle que era él quién amaba la
velocidad.
Y ahí
vas dejando cosas pendientes con la semana perdida, alivianando tu mochila,
estirando el tiempo, acelerando en una carrera contra ti mismo, pero no
reaccionaste a tiempo, no tu no te diste cuenta, sí tu niño que te dijo -tú
también estuviste adentro y no querrás volver y no desaceleres-, y respetuoso
de sus palabras y para por ultima vez serle fiel y escucharlo después de tanto
años de ausencia, no te detuviste o, si lo hiciste, no fue lo suficientemente a
tiempo cuando sonó la sirena.
Y la
sirena desató las piezas de un dominó contenido y una a una se fueron
derrumbando y cayendo, una a una sobre tu cabeza, y caen y a tu alrededor ya
hay otros niños que otros llevan dentro. Pero aquellos niños no son como el
tuyo, a ellos sí les gusta lo lento y lentamente sucede la primera descarga de
sus martillos y sus golpes lentos hacen coincidir el sonido con la luz y la luz
de la moto ya no ilumina al niño que tu llevas dentro.
Y tu
cuero y tu cuero y tu cuerpo y los niños que ellos llevan dentro ya cansados de
ese juego le sonríen al niño que tú llevas dentro y le dicen que tenga
paciencia que a ti solo te gustaba la velocidad, pero como niño desconocías el
mundo de las consecuencias. Y que vuelva a dormir que afuera ya todo termina y
que tenga paciencia que ya todo se termina.
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