domingo, 11 de octubre de 2020

Manos aferradas al cerco de alambre tejido



Mis sueños de futuro: 

Asensores externos a los edificios, cilíndricos de cristal, tubulares, la gente los ve desde afuera, uno sube otro baja a gran velocidad. Sueño que nunca coincide el piso al que va la persona que amo, que no podemos encontrarnos pero que constantemente estamos viéndonos. Miro mis pies y siento la presión en los oídos al subir. Un cartel indica que el sistema hidráulico está diseñado para aminorar el impacto al detenerse. Tengo miedo de que estallen los cristales del techo del ascensor y salga eyectado por el aire. Finalmente sucede. El ascensor toma tal velocidad que el vidrio revienta y quedo flotando en el aire, doy manotazos, mi estomago se comprime, hasta que empiezo a caer.
Por un tubo van y vienen cartas que conectan todo el edificio.

Sarah Connor sentada y con su cabeza apoyada en una mesa en el medio del desierto mira a una familia que juega junto a un helicóptero deshuasado. La madre alza a un niño, el padre tiene camisa a cuadros abierta y arremangada con remera gris debajo. Sarah llora y sonríe y cierra los ojos. Recuerda sueña ella detrás de una reja, mira a los niños jugar en la plaza, les grita que No que No que no, pero sus gritos son sordos. Sarah Connor de sus sueños alza a un niño y lo sube al carrousel. Es un día soleado. El hongo nuclear barre con todo el valle. Desarma edificios. Fulmina los cuerpos. Sarah sobresaltada despierta.
En la escuela, en este que tal vez sea de mis últimos años de docencia, enseño a hacer origamis. Doblo y pliego papel. Con un marcador y brillantina hacemos luego ojitos con pestañas y sonrisas. A veces necesito silencio, y es la forma que encontré de no hablar ni que me hablen. Solo nos miramos, hacemos gestos con la boca y fruncimos el ceño, achinamos los ojos. “Ok” con el pulgar hacia arriba o corazones con ambas manos cuando sentimos que hicimos todo bien.

Busco en diccionarios virtuales que significa “Circa”, nombre de la ciudad donde transcurre la aventura distopica Tekton, novela escrita por Gastón Flores y dibujada por Lisandro Estherren. Expresión latina, “alrededor” o “cerca de”. Suele usarse cuando las fechas de los eventos no se conocen con precisión. En tiempos pandemicos, mi cabeza se llena de imprecisiones. Estoy intenando buscar en internet una foto de un yacaré junto a una tortuga calcinados por los incendios que se suceden en este momento en el país. Me la mostró Vir hace unos días, pero dudo si fue ayer, o hace tres meses. Nuestro futuro, nuestro sueño de futuro, no será tal vez como el de Sarah Connor, con un botón rojo, microchips, brazos biónicos, un hongo nuclear y el logo de Skynet. Será con alimentos transgénicos, con cáncer, con toxinas, con especies carbonizadas. La muerte del hombre por el hombre. Vi un video de nutrias y carpinchos saltando desde la barranca mientras la isla se incendia.


En Tekton, el pasado y el futuro se confunden. Allí hay punks, crestas, camisas, tiradores y motocicletas, cinturones con estuches. Y arquitectura modernista por todos lados: innovación, novedad proyección de futuro. Un futuro que nunca llegó del todo. Pero ahí están también las publicidades holograma que tiran besos y las autopistas que cruzan los cielos. La Victoria de Samotracia decora un salón. Gente que salta de los trenes en movimiento. Una persecución. El Bugatti de los años 20 es interceptado por un Jeep de enormes ruedas y vuela por los aires de tinta negra y pincel seco con los que dibuja Lisandro. Pero… En qué año estamos? 1920? 2020? 2120? Soy Lucas Mercado, vivo en Paraná, camino por la peatonal con un barbijo que hizo mi mamá con retazos de tela. Me regalo varios así que tengo uno en el auto, uno en la moto, otro en la mochila y otro en la biblioteca. Paso por la vidriera de de calzados Beter y recuerdo que había una galería con video juegos al fondo. Entro, meto una ficha para jugar al Doble Dragón, tiro patadas, codazos, levanto barriles, doy rebencazos con cadenas, mis brazos se extienden con los bates de baseball.



Construcciones, trabajo de albañilería, dos arquitectos Flores y Estherren, entre tiros, lanzallamas, navajazos y mucha gasolina (con lo cara que esta la nafta!) nos entregan infinitas puertas que se abren y se cierran. Padres, hijos, poderes, sueños incumplidos, intentos de comenzar una nueva vida mirando el arribo con el ticket en la mano para el próximo tren que nos llevará a ningún lugar.

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