sábado, 29 de mayo de 2021

Gota de lluvia baja y forma un río


Hay una obra de Valentina Bolcatto en la que está sobre lo que parece un techo de chapas, en una tarde de sol y se pone barro en las piernas, y se quita barro de las piernas de una pequeña montañita que se arma a su lado. Un aparente vaivén o tiempo detenido. Ella está descalza, de pollera y solo se ve de su cintura para abajo, las piernas descubiertas.

La historia del arte entrerrianx está hecha de oralidad, de confusiones, de marchas y contramarchas. La obra que menciono es un video. ¿Tenía audio? ¿El audio era de sonido ambiente o de ella o alguien leyendo un poema? Era un video en loop sin principio ni fin? Siento que estoy a la velocidad de la luz y viendo la vida al revés.

Le pido a Valentina que me mande un video performance que vi de ella hace también mucho tiempo, donde colecta gotitas de lluvia también de un techo de chapa con una taza.

Su mente y su brazo funcionan leyendo un algoritmo oculto, una anticipación,  un mecanismo que va del codo al hombro a la mano a la taza a los ojos, a la rotación de la cadera.

La cámara fija detrás de ella, en un plano general, con luz natural de día nublado. 

Qué pasará cuando la taza se llene, o cuando deje de llover. Seguiremos ahí mentalmente.

Lavar, lavar y mojarse. Si no vieron las pinturas de Valentina, tienen algo de eso. Dan lugar a lo velado, la veladura en el centro. De alguna manera su video está hecho de capas y capas, cual veladuras que se ponen en evidencia. Cero hermetismo. 

Hace unos días fui a un taller de imagen en movimiento, y me recordé en casa, desde adentro, desde la ventana de la pieza con una jarrita juntando el agua de la lluvia que caía por las tejas. Esa agua luego me la tomaba porque había leído que el agua de lluvia es dulce. Y era agua fresca pero llena de tierra.

Estamos entonces, pero en espejo, ella desde afuera mojándose la frente mirando hacia arriba capturando gotas, Nosotrxs desde adentro con el buzo arremangado con el vaso.

Allí en la planicie de las imágenes proyectadas sobre paredes, o en notebook sobre la mesa de los talleres habitamos.

La acción de Valentina transcurre en el patio del Museo Provincial. Me pregunto si sabrá distinta el agua que baja por sus techos. Me pregunto por los patios, por las puertas de entradas laterales, por la vez que quedé encerrado en el baño y tuve que trepar y saltar de un cubículo al otro. Pienso en los mundos circundantes, en cómo hay allí muchas otras vivencias que las que se construyen del marco hacia adentro y del pedestal hacia arriba.

Será arte aquello que la tanza resista, parecieran decirnos. Bueno, eso está por verse.


jueves, 13 de mayo de 2021

Te cuento un secreto



¿Cómo se llamaban esos cuadernitos de primera comunión? Pongo las manos así, palma con palma. Pienso, hace mucho que no hago esto, este gesto. Devocionario o misal se llaman. Había un señor, que iba con su cámara, y sabía la postura correcta. Se dedicaba a ir iglesia por iglesia, escuela por escuela. Previo arreglo con padres y madres, nos indicaba pararnos al lado del santo con las manitos así. Y si había que sumar un rosario, la caída del cabello, las orejas despejadas y en el brazo un lazo.

Fundamental la luz. Pero como la iglesia estaba un poco a oscuras el flash la simulaba, y uno miraba al flash como una aparición, como con fervor y las pupilas se dilataban por un segundo.

Porque fui educado por los ojos. Los ojos me enseñaron a pensar y a querer. A buscar un amor verdadero. A hacer silencio. Y también a mis tormentos. La altura te da eso. Me jacto de ver bien. Igual envejezco, entonces hago ejercicios con algún cartel. Cuando voy en la moto de reparto intento ver las numeraciones de las casas. Siempre puedo. Hasta cuándo no lo sé. Con la luz se educan los ojos. A veces los entrecierro, y como una cortinita las pestañas juegan. Cuando tengo que llorar primero lloro con la garganta, luego con la boca, la lengua en el paladar, luego con los ojos.

En mi foto sonrío.

Kevin convoca a Ivo, y con una foto de Noemí Betti durante su primera comunión, ilustra la portada de su último poemario. Noemí tiene los párpados y el entrecejo de Ivo.

Una vez en un taller de Kevin conversamos sobre la luz en las obras del pintor Vermeer, en cómo entran e inundan los espacios. En cómo las cosas suceden a la luz del sol. Hay una foto de él en internet regando una planta, luminoso, mirando la cámara. Porque no sabemos más que sonreír frente a una cámara. Escapamos a las casualidades. Ese naipe que encontré cuando iba cabizbajo por calle Misiones estaba ahí para que fuese vista. Para que la llevara a casa. Para que ese nueve de oro vaya a la caja de fanzines, diapositivas, tarjetas e invitaciones varias. 

Dibujo un bastón estrella de Sakura Card Captors iluminado o la espada del augurio de los Thundercats. Déjame ver más allá de lo evidente, dice León-O. Fui educado para que los ojos le den órdenes a mis manos. Así dibujo yo. A veces no le hacen caso.

Intento ordenar una anécdota. El otro día le llevé un libro. Intercambiamos y él me da Los encantados.

Le pido que me pase un fragmento de En lo visible, en lo cercano. Porque me sentía en deuda de que algo que había escrito me acompañara hacía tanto y yo no se lo dijera. Aquel en que Alicia le dice: “Te cuento un secreto. Yo —señalándose el pecho— también escribo”.

Porque se me quedó grabado, y le digo la página de la derecha arriba, pero no se el número. Kevin me manda una fotito con su celu. Es ésa.

Las cosas suceden para que él las escriba. Y las convierta en poema. O que las diga. Porque su decir es poema. Entonces, ahí está su encanto al señalarse el pecho. Ahí hay un camino que se abre para nosotrxs. Para decir en confidencia: Yo también escribo.