martes, 24 de septiembre de 2024

El todo y las partes

La muestra de Ekaterina se presenta como una máquina donde la pintura es uno de sus engranajes a la vista.

Siguiendo la metáfora fabril de la división del trabajo, los integrantes de determinado proceso de producción no podrían dar cuenta y desconocen de manera individual por completo todo el proceso. Así, en esa fragmentación, el herrero desconoce lo que hará la agencia de marketing y la agencia de marketing lo que hizo el diseñador industrial en su tablero, o a donde fugara totocaputeanamente el empresario los ingresos que se generen.

¿Qué le sucede a quien se atreviera a domesticar una orilla? Pues se vería en similares situaciones. Una orilla como totalidad difícilmente pueda vivirse sentirse habitar moldear o domesticar como un todo cuantificable. Sin embargo, y aquí el desafío que se propone Ekaterina es el de ir hacia una posible totalidad, así sea parcial y temporaria. Para tal fin suma a su proyecto a estudiantes universitarios, científicos, instituciones de fomento cultural, músicos y performers, malacólogos, becarios y al público en general que se acerca a la inauguración con una lata de cerveza en mano.

Ekaterina pinta sobre grandes lienzos con un verde flúo paisajes de las orillas del río Negro de Uruguay. Para recorrer la muestra es necesario entrar por la ochava de la sala y se produce un efecto inmersivo donde si vamos con los brazos estirados podemos ir rozando un lienzo con el otro. Colgadas del techo, sin tensar y a modo de pequeño paseo en miniatura, algo van develando desde su belleza y brutalidad. La orilla que representa, peligra. La muestra reclama a todos, partícipes y espectadores, un tiempo. De detenimiento y de acción a la vez. ¿Qué sucede con el tiempo presente, de urgencias, de deforestación, donde las islas del sur entrerriano se queman, donde el gobierno nacional reduce el presupuesto en políticas medioambientales?
Pues me animaré a decir que a las orillas ya las están, también parcial y temporalmente, domesticando.
Reformulo la pregunta desafiante que da título a la muestra: ¿Qué hacer con quien se atreva a domesticar una orilla?

---Sobre ¿Quién se atreve a domesticar una orilla? de Ekaterina Gelroth, curada Lucía Stubrin. Casa de la Cultura de Entre Ríos. Septiembre 2024

lunes, 16 de septiembre de 2024

El mundo es bello antes de ser verdadero

Agustina Maurice

Me vi buscando frenéticamente información sobre camuflajes, sobre si su uso es para pasar desapercibidos, o para parecernos a otra cosa, sobre la mimesis en animales y plantas, sobre camuflaje auditivo y olfativo, sobre el aposematismo, sobre el camuflaje ghillie del ejército argentino, sobre el Quantum Stealth y otras cosas varias.

Es que me dejé llevar. Nada me atrae más que tener algo a lo que aferrarme, así sea desde la incertidumbre. Tener un tema y sumergirme en ese tema sobre el que desconozco, y decir ¡Ésta es la llave!

Por un momento pensé que podía ser eso del camuflaje, es más: le pedí a un emisario que me averigüe qué pinceles usa la artista, porque hay algo en la pincelada y en la forma del pincel que permite ese efecto, de indefinición y redondeces en las formas.

Pero a veces esa llave de lo que podría ser una puerta de entrada o de salida, termina llevándome a un laberinto, y después de ese laberinto otro, y así.

En las obras de Agustina Maurice, el padre al cual se menciona en el corazón del texto curatorial, y que me cuenta el guía mientras recorremos la sala del museo: ¿Está camuflado o no está directamente?
En líneas generales, uno diría que no está salvo en la obra central, representado. Y tampoco está, siguiendo la idea de “Esto no es una pipa” de Magritte, ya que al fin y al cabo es pintura sobre papel, Pero para que algo “esté”: ¿Es necesario que se manifieste a nuestros sentidos? ¿No está ahí, en la manera en que hago las milanesas, mi abuela?
En la medida que la artista reanuda desde el presente su vínculo con el pasado, propone una manera de pensar ese pasado hacia el futuro. Reanudar, coser, remendar. Vivimos en un presente donde “soltar” sería un mérito y “sanar” un imperativo, donde “dejar el pasado atrás” y “no detenernos” sería lo deseable, donde el vocero presidencial dice “fin” y cierra con un punto y aparte sus comunicados en Twitter, cancelando toda discusión y disidencia, donde se nos entusiasma a rodearnos de quienes compartan nuestras “metas y objetivos”, que “trabajemos por nuestros sueños” porque “nadie lo hará por nosotros”.

Agustina va en la dirección opuesta, insiste, no quiere soltar nada ni ponerle fin, su objetivo es difuso y se va a detener todo lo que sea necesario. Vuelve una y otra vez, contra todo silenciamiento, hacia su propia historia que por tan íntima se vuelve compartida. Es que ahí veo también mi costado de la cama vacío, la foto familiar con la rompiente de ola y el faro, la crema bronceadora para el sol del balneario municipal, el cajón a medio cerrar.

Agustina no reflexiona sobre la muerte en general, sino sobre un muerto en particular; un muerto que se quitaba los zapatos antes de entrar a su casa, que cocinaba, que fumaba. Todas las metáforas sobre el transcurrir del tiempo, sobre el soñar, sobre la noche, sobre el agua en Agustina están presentes desde una singularidad. Es que siempre es una cuestión de tono. Se trata de rodeos. En un ejercicio de anamnesis, Agustina no sólo recuerda y reconstruye quiénes y cómo fueron sino quiénes y cómo podrían haber sido.
Cuenta con la potencia del después. La distancia le permite la insistencia.

Agustina Maurice

----Sobre El mundo es bello antes de ser verdadero, de Agustina Maurice en el Museo Sor Josefa de Santa Fe Díaz y Clucellas. Septiembre 2023