lunes, 29 de julio de 2013

Hacer con los dedos unos chasquidos *



Cuando era más chica, de noche, me metía debajo de las frazadas y cruzaba un palo de escoba que hacia las veces de poste. Tenía una radio linterna con el dial desfasado y mientras escuchaba música hacia sombras chinescas, ninguna en particular. Me gustaba hacer como olas o bollos de dedos, la forma de un pelado con el cuero del coco arrugado y medio agruñonado, y a veces un ojo de zorro o lobo o perro, o algún animal que tuviera orejas y boca, o un cisne. Hacer cisnes era lo que mejor me salía. Las canciones eran fabulosas, de grupos que desconocía,  me imaginaba que el cantante era distinto, porque era en la época que no había Internet. Me lo imaginaba de negro, con una camisa de jean encima que le habían cortado las mangas; me lo imaginaba parecido a mis amigos varones o a los novios mayores de mis amigas. Ponía esa radio al volumen justo pegada al oído para no despertar a nadie en la casa, pero en mi cabeza sonaba súper fuerte. Cuando se me cansaba el derecho pasaba al izquierdo y cada vez que daba una vuelta en la cama la señal se iba. Entonces, muy lento, con el dedo pulgar hacia girar levemente la ruedita hasta que sonara bien. Tenía que ponerle unas pilas enormes que duraban poco. 

La única enciclopedia que hubo en casa la compró mi mamá a un vendedor ambulante que vendía enciclopedias en cuotas, era roja y en el medio tenía las banderas de todos los países. Jugábamos con mis hermanos a ver en cuánto tiempo encontrábamos qué nombre de cuál país correspondía a tal bandera. Era divertidísimo, pero con el tiempo adquirimos cierta práctica, entonces sabíamos qué ordenamiento tenían en la página y hacíamos trampa: por ejemplo decíamos nombres de países que no estuvieran y después de un rato alguno se arriesgaba a decir esa no está; o hacíamos como si leíamos en un costado de la página y decíamos el nombre de un país que estaba en la otra punta, entonces insistíamos en buscar en esa esquina hacia donde iba la mirada y en realidad nada que ver. La debilidad de mis hermanas eran los países de Europa del este, y la de mis hermanos los países con escudos. A mí particularmente se me mezclaban las tricolores: las rojas blancas azules, las verdes blancas naranjas; o si eran horizontales o verticales. Tenía una adicción por algunos colores, pensaba en las posibles uniones y mixturas, los desfases y arbitrariedades. ¿Y si fuese ésta con ésta? Como un lenguaje que iba mutando y en el que me sentía inmersa, un mundo del cual formaba parte.

*texto escrito pensando en Nombre de países de Florencia Caterina.

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